El funeral del opositor ruso Alexéi Navalni, que murió el 16 de febrero a los 47 años en una cárcel del Ártico, se ha celebrado este viernes en Moscú bajo un estricto control. El Kremlin había ofrecido un funeral secreto a la madre del opositor Liudmila Navalnaya, quien se opuso desde el primer momento. Las autoridades rusas amenazaron con enterrar a Navalni en la prisión donde había muerto, pero finalmente cedieron y el sábado 24 de febrero, ocho días después de una muerte aún no aclarada, entregaron el cuerpo a su familia.
Dos horas antes de que comenzase el oficio religioso ya hacían cola más de 1.000 personas ante la iglesia Utolí Mayá Pechali —Apaga Mis Dolores, en ruso—, en el barrio de Márino, en el sureste de Moscú. La ceremonia fue estrechamente vigilada por la policía, con agentes antidisturbios patrullando incluso a tres paradas de metro del lugar. Una vez allí, el acceso a la iglesia estaba cercado con varios anillos de vallas y controles de metales, además del despliegue de decenas de agentes del Ministerio del Interior y la Guardia Nacional, así como otros miembros de los servicios de seguridad infiltrados entre los asistentes.
Maxim, un joven de 37 años que acudió junto con otros dos amigos a despedirse del opositor se lamentaba durante las horas de espera: “No hay esperanza, es imposible hacer oposición dentro de Rusia. Navalni está muerto y sus colegas —el resto de disientes— detenidos”, agregaba este joven moscovita, al que la repentina muerte del disidente en una remota prisión del Ártico pilló por sorpresa. “Pero aún así era previsible”, asume.
Los tres amigos fueron parcos al rememorar cómo recibieron el 16 de febrero la noticia de la muerte de Navalni. “Terrorífico”, decía Maxim. “Muy triste”, manifestaba por su parte Ígor. “Sin palabras”, apuntaba al final Denís. Los tres habían acudido a los homenajes espontáneos donde los rusos depositaron flores en honor a Navalni en los monumentos a las víctimas de la represión política.
“Tenemos miedo a ser arrestados, por supuesto”, exclamaba Denís, también de 37 años. “Mira cuánta policía”, señalaba antes de contar la tensión que vivieron en los homenajes anteriores. “A mí no me pasó nada, pero a una chica que estaba detrás en la cola la arrestaron. Y no había hecho nada”, recordaba el asistente al funeral de Navalni.
La esposa del disidente, Yulia Navalnaya, con quien tuvo dos hijos, ya alertó el pasado miércoles de que las autoridades rusas podrían cargar contra los asistentes a la ceremonia. Durante una intervención en el Parlamento Europeo en Estrasburgo en la que se mostró visiblemente emocionada, advirtió: “No estoy segura de si dejarán que sea algo pacífico o si la policía arrestará a los que vayan a despedirse de mi marido”. Navalnaya se encuentra fuera de Rusia. Se esperaba la presencia en el funeral de la madre del opositor, Lyudmila, de 69 años.
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Una voluntaria del equipo de Navalni, Nadezhda, acudió a las puertas de la iglesia con un enorme ramo de flores y sin esperanza alguna en el futuro. “Me marcharé de Rusia en el próximo medio año. Tras las elecciones será peor. No hay esperanza alguna”, expresaba en un susurro. “Yo conocía a Alexéi, a Yulia, la esposa, desde hace muchos años. Su muerte ha sido un shock”, decía Nadezhda con los ojos en lágrimas. “No me lo esperaba”.
La desolación era visible en las palabras de la activista. “Alexéi intentó cambiar las cosas dentro de Rusia siguiendo la ley, de forma pacífica. No quiero decirlo, no… Me aterra pensarlo, pero solo veo que puede ser posible un cambio dentro del país mediante las armas”. “Estos bandidos no dan más opción, no permiten una oposición pacífica”, lamentaba la voluntaria.
El entorno de Navalni ha acusado al presidente Vladímir Putin de haberle mandado asesinar porque, supuestamente, el dirigente ruso no podía tolerar la idea de que Navalni fuera liberado en un posible canje de prisioneros, informa Reuters. El entorno no ha publicado pruebas que respalde esa acusación, pero ha prometido explicar cómo fue asesinado y por quién. El Kremlin ha negado la implicación del Estado en su muerte y ha dicho que desconoce cualquier acuerdo para liberar a Navalni. El certificado de defunción del opositor —según sus seguidores— señala que murió de causas naturales.
Los grupos de derechos humanos han aconsejado a quienes deseen asistir que lleven consigo sus pasaportes y pequeñas botellas de agua, y les han pedido que anoten los datos de abogados que puedan ayudarles en caso de que sean detenidos y se corte la señal de telefonía móvil en la zona.
Yelena, de 53 años, con cuatro rosas en las manos —la cifra par es el número de flores tradicional en los funerales rusos—, afirmaba este viernes en las inmediaciones de donde estaba previsto celebrar el funeral: “Siempre tuvimos la sensación de que Navalni se podía salvar. El equipo de la Fundación contra la corrupción —la organización que lideraba el opositor— hacia todo lo posible y creímos que lo podían intercambiar. El Kremlin lo ha matado con sus propias manos”, afirma . “No sé si lo ha asesinado lenta o directamente pero es responsable”, agrega.
Yelena, de 53 años, ha venido “en un viaje de día y medio” a Moscú desde su pequeño pueblo de la región de los Urales para despedir a Navalni. La acompaña Victoria, de 52 años. “Un día habrá una gran revuelta y llegará un futuro mejor, ilusionante, pero ahora solo hay oscuridad, represión, terror. Es muy duro moralmente”, manifiesta Victoria, también de fuera de Moscú. “Mucha gente no ha venido por miedo”, puntualiza Yelena. “Y la gente no sabía que el funeral era hoy en esta iglesia”.
Navalni era un cristiano que condenó la decisión de Putin de enviar decenas de miles de tropas a Ucrania como una empresa descabellada construida sobre mentiras. Pero la iglesia que acogerá su funeral ha hecho donaciones al ejército ruso y ha anunciado con entusiasmo su apoyo a la guerra. En vísperas de su funeral, sus aliados acusaron a las autoridades de bloquear sus planes de celebrar un funeral civil de mayor envergadura y afirmaron que unos desconocidos habían conseguido incluso frustrar sus intentos de alquilar un coche fúnebre para transportarle a su propio funeral.
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